¿Destino manifiesto?
Fernando Ravsberg | 2009-09-17, 14:30
Barack Obama acaba de firmar la Ley del Embargo, convirtiéndose en el décimo presidente que intenta utilizar esa vía para provocar cambios en Cuba. Se pone así sobre el tapete un tema que siempre dividió a los cubanos: el derecho de Estados Unidos a influir en la política de la isla.
El conflicto bilateral en tan antiguo que José Martí llamaba "monstruo" al país que lo acogió en su exilio y sostenía que su deber era impedir "que se extiendan por las Antillas los EE.UU. y caigan, con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América".
En una entrevista de prensa, el General independentista Antonio Maceo fue consultado sobre la posible anexión de Cuba a EE.UU. El General rechazó radicalmente la idea: "mil veces prefiero ser español", respondió al perplejo periodista.
Este recelo está presente incluso en los intelectuales moderados. A mediados del siglo XIX, José Antonio Saco aseguraba que "la desmesurada ambición de EE.UU. es y será un obstáculo inmenso a la verdadera independencia de Cuba".
La suspicacia de una parte de los cubanos puede entenderse cuando se lee al presidente Thomas Jefferson: "La anexión de Cuba a nuestra Confederación es exactamente lo que se necesita para redondear nuestro poder nacional y llevarlo al más alto grado de interés".
El periodista cubano Luis Ortega -exiliado en EE.UU. desde los años 60- afirma que "pensar que la Revolución descubrió el conflicto con EE.UU. es un disparate. Ese conflicto lo llevamos disuelto en la sangre la gente de mi generación y de las precedentes".
Efectivamente, se trata de generaciones marcadas. Nacieron con la Enmienda Platt en la Constitución (la que le daba derecho a EE.UU. a invadir Cuba) y vivieron humillaciones como la de ver un marine orinando sobre la estatua de José Martí.
De hecho, esta ofensa a la figura del héroe nacional provoca una protesta en el Parque Central de La Habana. En ella se destaca un joven universitario que más tarde se convertiría en el peor dolor de cabeza de Washington, Fidel Castro Ruz.
Claro que también existió un sector de la población que miró siempre con admiración a EE.UU. A tal grado es así que, en 1898, el General independentista Calixto García apoyó con sus tropas la invasión estadounidense a Cuba.
Incluso la actual bandera cubana fue traída a la isla por un grupo anexionista que pretendía expulsar a España para unirse a EE.UU. El venezolano Narciso López venía al frente, pero lo acompañaban cubanos que compartían el mismo ideal.
Un muy cercano colaborador de José Martí, Tomás Estrada, se convirtió en el primer presidente de Cuba apoyado por las tropas estadounidenses. Les tenía tanta confianza que aceptó que Washington se reservara el derecho a invadir la isla, cosa que ocurrió varias veces.
Prácticamente la totalidad de los presidentes posteriores eran muy cercanos a Washington, al punto de que algunos de ellos eligieron vivir sus últimos días en Estados Unidos. Esto le permitió a la Casa Blanca influir en Cuba pero también le creó obligaciones.
En 1959 la reacción de la mayor parte de los poderosos fue abandonar la isla, dejando en manos de EE.UU. el derrocamiento de Castro. Incluso acusaron a J.F. Kennedy de traición por no enviar los marines a Cuba durante la invasión de Bahía de Cochinos.
Todo esto parece historia, sin embargo, en las calles de Cuba y de Miami aún se puede ver esta división de opiniones entre los que creen que Estados Unidos tiene el derecho y el deber de influir en Cuba y quienes califican eso de traición a la patria.
El congresista cubanoamericano Mario Díaz-Balart es de los que exige que Washington siga presionando con el Embargo hasta conseguir: "la legalización de todos los partidos políticos... y la convocatoria de elecciones libres con supervisión internacional".
Por el contrario, el periodista Luis Ortega, entiende que "aceptarle a EE.UU. que imponga condiciones para levantar el bloqueo... es aceptar que quien ejerce la soberanía sobre Cuba es EE.UU.... (es) el retorno al vasallaje".
Dentro de la isla la mayor parte de los líderes disidentes defienden su derecho a recibir las decenas de millones de dólares que Washington envía cada año para financiar actividades políticas, y muy pocos condenan el Embargo Económico.
Pero hay otros opositores que recelan. Eloy Gutiérrez Menoyo exigió la presencia de la prensa para reunirse con los diplomáticos norteamericanos. "No tengo nada que hablar con ellos que no pueda enterarse el pueblo de Cuba", me dijo entonces.
Este sector, que abarca revolucionarios, opositores, residentes en Cuba y emigrados, considera la independencia de EE.UU. como el valor más preciado. El sociólogo Aurelio Alonso me aseguró que "la soberanía es el legado más importante que deja Cuba al resto de América Latina".
A pesar de que ya muy pocos plantean la anexión, sigue existiendo una gran división entre los cubanos que quieren que EE.UU. incida en la política de la isla y quienes creen que los problemas de Cuba sólo compete solucionarlos a los cubanos.
lunes, 8 de febrero de 2010
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